Era músico, lo acusaron de querer secuestrar a una chica con burundanga y se suicidó: el triste final del “Dios Punk”

0
5

Sucedió el 10 de noviembre de 2019 en Rosario. Ese domingo a la tarde, Javier Messina visitó a su hermana menor en el piso 14 del edificio donde ella vivía, en pleno centro de la ciudad. Después de tomar unos mates con ella, aprovechó un descuido y se lanzó al vacío. Llevaba más de un año siendo hostigado por un delito que no había cometido: en un audio que se hizo viral, lo habían señalado como un agresor que usaba burundanga para cazar chicas en colectivos.

Javier no era un desconocido: la mayoría de los rosarinos sabían quién era ese músico callejero de 37 años que tocaba en la peatonal Córdoba con una túnica negra y se hacía llamar “Dios Punk”. Un personaje extravagante y solitario que terminó pagando demasiado caro por no encajar en el sistema. Su muerte, sin embargo, dejó varias interrogantes: ¿Quién era realmente Javier Messina? ¿Cómo y cuándo fue su transformación en “Dios Punk”? ¿Qué ocurrió entre ese audio viral y su trágico final? ¿Cómo operan las psicosis colectivas alimentadas por las fake news? ¿Qué hacemos, como sociedad, con los que se salen de la norma?

De esas preguntas parte La segunda muerte del Dios Punk, el podcast documental creado por el periodista Nicolás Maggi, que acaba de lanzar su segunda temporada. La primera reconstruyó el último año de vida de Javier Messina: ganó el Premio Gabo 2022, fue distinguida con el Premio Aural 2025 en España y reabrió el debate sobre las fake news y la cultura de la cancelación poniendo sobre el mapa un caso olvidado. La segunda retrocede: vuelve sobre la historia del músico, reúne las voces de quienes lo conocieron y recupera su obra.

“La historia es una sola, pero las temporadas son dos, como la cara A y B de un vinilo. La primera cuenta el último año de su vida; la segunda, lo que pasó antes del escrache. Por eso la pienso como una precuela, aunque en realidad es más que eso: es otra mirada, una perspectiva distinta sobre la misma historia. Seguimos a Javier para reivindicarlo, para recuperar su obra, sus canciones, sus fanzines, su poesía. Para entender su mensaje. Y también para hacernos planteos más profundos, entre ellos, ¿cómo es que alguien se vuelve loco? Esa es la gran incógnita que atraviesa toda esta nueva temporada”, le cuenta Nicolás Maggi a Infobae.

Rosario, 5 de abril de 2011. El

El principio del fin

Todo comenzó a media mañana del viernes 12 de octubre de 2018 con un mensaje de voz grabado desde la guardia del Hospital de Emergencias Clemente Álvarez (HECA) de Rosario. Lo envió una chica de 18 años a una amiga para advertirle que acababa de ser drogada en un colectivo:

“Ahora ya estoy bien, estoy en el HECA, me están pasando suero, pero fue un chabón que supuestamente vendía revistas de una banda, así, era alto, de 30 a 40 años, que estaba esperando en la parada conmigo y otra gente. Me subo al colectivo y le agarro la revista para leerla, así de buena onda y después me invitó a que yo escuche su música con los auriculares, claramente le dije que no. Me arranqué a sentir mal, o sea como que me iba; y le dije a la señora que estaba conmigo, que justo era médica, que me sentía mal, que me habían drogado, que claramente fue ese chabón. Fue, le avisó al colectivero y el chabón se bajó rápido. La médica me trajo acá al HECA. Fue en la parada de Pellegrini y Alem, cerca de la Facultad, hablé con la Policía ya y me dijeron que estaba cazando chicas y que avise, así que difundan si quieren este mensaje, para cuidarnos entre todas, y que tengan cuidado, más vos Pau que vas a ‘La Siberia’ (NdR: así llaman a la Ciudad Universitaria de Rosario).

El audio se viralizó a la velocidad de la luz. En menos de una hora, Rosario ya tenía un sospechoso: Javier Messina, el músico callejero que se hacía llamar “Dios Punk”. Un rato más tarde, su cara circulaba en redes sociales y cadenas de WhatsApp: lo acusaban de secuestrador. “(Tiene entre) 30/40 años. Ofrece revistas de su banda de música. No las toques. Te droga. ¡Difundir!”, advertían. Nadie había visto nada, pero todos repetían el mensaje.

Cuando no estaba lookeado como el

Nicolás Maggi, que en ese momento trabajaba en el diario La Capital, fue uno de los pocos periodistas que no necesitó googlear quién era Javier Messina. Lo había conocido años antes, cuando trabajaba como productor en un programa de rock y lo recibió como invitado. “Le abrí la puerta del canal y me sorprendió: era un rubiecito, de ojos claros, muy tranquilo. Nada que ver con el personaje callejero que se hacía llamar ‘Dios Punk’”, recuerda.

Cuando el caso estalló, dice, lo que más le llamó la atención fue la liviandad con la que los medios lo trataron desde el inicio. “La acusación me había parecido rara, pero bueno, tampoco podía poner las manos en el fuego por Javier. Sí recuerdo mucha confusión y desinformación con el tema de la burundanga. No se sabía bien cómo funcionaba y había una histeria colectiva muy fuerte. Los medios metieron bastante la pata en cómo lo comunicaron. Se le dio muchísima entidad a algo que era un rumor. No se investigó nada”, dice.

Nicolás Maggi es licenciado en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Rosario y trabaja en el diario La Capital. La primera temporada de

Mientras la fake news se esparcía como un virus por las redes sociales, Javier todavía caminaba por la calle. Hasta que alguien lo reconoció y empezaron a golpearlo. La llamada “justicia por mano propia”. Su padre, Alfredo Messina —abogado jubilado— entendió que la única forma de salvarlo era que lo detuvieran. Fue hasta la Comisaría 2ª y pidió su arresto. “Realmente lo iban a matar. Era más peligrosa la calle que cualquier cosa en ese momento. Creo que no me equivoqué”, declaró después.

A las pocas horas, Javier fue liberado. La fiscal Gisela Paolicelli le imputó lesiones leves, pero no encontró elementos para sostener la acusación. Días más tarde, los análisis toxicológicos practicados en el HECA concluyeron que la joven no había sido drogada y que no existía ningún indicio concreto que respaldara su relato. Se sospechó que el cuadro podía ser compatible con un ataque de pánico. Pero ya era tarde.

A esa altura, el escrache social ya estaba en marcha y la violencia contra Javier se multiplicó. En ese contexto, lo hostigaron durante más de un año: le incendiaron sus pertenencias en la pensión donde vivía e intentaron prender fuego un espacio donde iba a tocar. Quedó expuesto, sin red, y el sistema le soltó la mano. También la Justicia, que nunca cerró la causa en su contra hasta después de su muerte.

Javier junto a su padre Alfredo Messina, su abuela y su hermana menor

El podcast

“Tenés que hacer un podcast con esto”, le insistió un colega a Nicolás Maggi después de leer las notas que había publicado tras el suicidio de Javier Messina. Además de una historia potente, el periodista tenía materiales sonoros que el formato papel no le había permitido explotar: el audio viral con la voz de la chica, una entrevista telefónica con el padre, fragmentos de canciones del “Dios Punk” y notas que el propio Javier había dado en vida. Maggi decidió seguir el consejo y, de la mano de Martín Parodi, transformó ese trabajo en su tesis para obtener la licenciatura en Comunicación Social. La segunda muerte del Dios Punk nació entonces como un proyecto académico pendiente y terminó convirtiéndose en una de las series documentales más premiadas del podcast argentino.

La primera temporada, de diez episodios, reconstruye el último año de vida de Javier. El eje está puesto en el colapso emocional tras el escrache. Se destacan la voz de su padre, Alfredo Messina, y la participación de la psicoanalista Alexandra Kohan. Maggi la había convocado originalmente para escribir una columna en La Capital, cuando el caso recién comenzaba. En el episodio 8, Kohan aporta una reflexión crítica sobre los escraches y su lógica extrajudicial. “No se puede responder a la ineficacia del sistema judicial con una práctica extrajudicial. Las consecuencias son enormes, nefastas. El escrache termina siendo un procedimiento ineficaz para hacer lo que dice que quiere hacer: visibilizar a una persona violenta”, dice.

La segunda temporada funciona como una precuela de trece capítulos que explora quién fue Javier antes del linchamiento. A diferencia de la primera, centrada en su último año de vida, esta reconstruye la vida de Messina desde su infancia y propone una reivindicación artística del “Dios Punk”, recuperando las letras de sus canciones, sus dibujos y su mirada sobre el mundo. Reúne un coro de más de veinte voces: amigos, excompañeros de banda y personas que lo conocieron en la calle. Muchos de ellos se contactaron con Maggi después de escuchar la primera entrega. También rescata entrevistas que el propio Javier había dado en televisión, en radio o en sus canales de YouTube y fragmentos de audios personales.

La segunda temporada del podcast reconstruye la vida de Javier Messina desde la infancia y propone una reivindicación artística, recuperando las letras de sus canciones, sus dibujos y su mirada sobre el mundo

Aunque la idea original era incluir la voz de la joven del audio viral, se negó a hablar. “Ahí me replanteé qué quería hacer con esta historia. Si valía la pena seguirla o no. En ese momento planeaba retomar la causa judicial, hablar con la chica y ubicar a la médica que la acompañó al HECA. Pero entendí que eso podía derivar en una caza de brujas y no quería seguir persiguiendo culpables. Ya se había cumplido el objetivo de desagraviar a Javier y de llevar algo de justicia. No tenía sentido seguir señalando responsabilidades individuales cuando lo que estaba en juego eran responsabilidades institucionales”, dice.

Fue entonces cuando Maggi volvió sobre los materiales que había dejado de lado, esos testimonios que antes había clasificado como “de color”, y comprendió que ahí también había algo valioso. “Hicimos un collage sonoro con un montón de personas que lo conocieron a Javier en distintos momentos de su vida”, cuenta.

Uno de los relatos más conmovedores es el del médico que lo atendió en su primer intento de suicidio, tres días antes de su muerte. “Me escribió para contarme que cuando lo vio en la guardia él era un residente. Me dijo que hablaron mucho, que se entendieron. También que ese día se volvió a la casa angustiado. Cuando se enteró de que Javier se había matado, se sintió culpable: ‘Se nos escapó’. Eso lo hizo repensar su carrera y dedicarse a la salud mental”, cuenta Maggi.

Otra voz clave es la de la psicoanalista Paula Aramburu, quien aporta una mirada profunda sobre la psicosis y el modo en que la sociedad se vincula con la locura. “Así como en la primera temporada hablamos de cancelación y escraches, en la segunda le dimos despliegue a la salud mental”, explica Maggi. Y agrega: “La gran pregunta que me atravesó durante esta temporada fue: ¿Cómo hago para meterme en la cabeza de una persona que padece una enfermedad mental? ¿Cómo suena eso? ¿Cómo se siente desde adentro? En varios momentos intentamos traducir sonoramente lo que puede pasarle a una persona con esquizofrenia, con alucinaciones visuales o auditivas. Quisimos acercarnos, desde el lenguaje del audio, a ese agujero negro del que Javier tanto hablaba».

Javier tocaba la guitarra y cantaba en la peatonal Córdoba con una túnica negra. Se hacía llamar “Dios Punk” (Foto/Daniel Carrizo)

—¿El podcaste se llama ‘La segunda muerte del Dios Punk’. ¿Barajaste otros nombres? ¿Por qué elegiste ese?

—Es gracioso porque en realidad el título surgió de un error. Yo tenía el recuerdo de que existía un libro de Tim Burton que se llamaba La segunda muerte de Chico Ostra, y me parecía una cita perfecta. Después lo busqué y me di cuenta de que lo había inventado: el libro en realidad se llama La melancólica muerte del Chico Ostra. Pero ya estaba decidido a usarlo porque me hacía sentido. Yo pensaba en la idea de una muerte social. A Javier lo cancelaron a partir de ese audio: esa fue su primera muerte. Y la segunda fue cuando se suicidó. El título juega con esa idea: con alguien que ya estaba muerto en vida, porque había perdido su trabajo, sus vínculos, su lugar en el mundo.

—¿Qué te genera que el podcast haya sido tan premiado, tratándose de una historia con un desenlace tan doloroso?

—Siempre lo pienso a través de la reacción de la familia. Alfredo, el papá de Javier, me hizo varias devoluciones. Cuando lanzamos la primera temporada, juntamos a la banda de Javier para un show en vivo y tocaron los temas que solían hacer juntos. Alfredo se subió a cantar uno y, al final, terminó hablando en el escenario. Estaba agradecido porque sentía que, de alguna manera, se había desagraviado la memoria de su hijo. Yo me quedo con eso: con haber logrado instalar una temática incómoda en la agenda pública. Y con que el podcast haya trascendido fronteras. La satisfacción viene por ahí. Nosotros sabíamos que la historia era tristísima, pero queríamos poner un granito de arena para que no volviera a pasar. O que, si volvía a pasar, al menos alguien pudiera decir: “Che, ojo con esto. Ya pasó antes”.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí