Nadia Murad, la mujer que ganó el Premio Nobel de la Paz y su lucha contra la esclavitud sexual: “No hay sanación sin justicia”

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Nadia Murad participó de una conversación pública, el 10 de junio pasado, en Madrid, España, invitada en el ciclo “Mujeres contra la impunidad” que es una iniciativa de La Casa Encendida de la Fundación Montemadrid y de la Asociación de Mujeres de Guatemala AMG a cargo de la jurista Adilia de las Mercedes

Nadia Murad era la menor de once hermanos. La única que pudo ir al colegio en una comunidad de yazidíes que fue perseguida por el Estado Islámico en Irak. El 15 de agosto del 2014 su mamá y seis hermanos fueron asesinados. Ella fue raptada como esclava sexual. Ganó el Premio Nobel de la Paz y lucha contra la violación como arma de guerra

Nadia Murad brilla. No es una percepción, es una realidad. El dolor no está maquillado para ocultar el sufrimiento, pero su valentía está enmarcada en su decisión de dar la cara y dar su mejor cara. Vista de cerca es un cielo que entre tormentas sabe iluminar la noche a dónde todos se pierden.

Su brillo es una decisión y su deseo es hacer de ese brillo una reunión con las otras a las que el mundo olvida. Verse para que las vean. Verse cuando no las ven. Su boca expresa un dolor que no puede deletearse en palabras, sino en las desapariciones que atraviesan el cuerpo.

Tiene ojos enormes, en donde la tristeza permanece como un lago que no puede irse de donde viene, sin naufragar. Su serenidad la hace más lucida y, a la vez, alejada de una época en donde solo la estridencia seduce la atención de una sociedad cada vez más adicta a subir los decibeles para ignorar lo que nunca se tendría que haber dejado de mirar.

El encuentro con Nadia Murad

Nadia se toma el tiempo de intercambiar miradas, a pesar del dispositivo de seguridad y el poco tiempo. “Me gusta tu vestido”, regala. No es el vestido, es la flor estampada la que se posa sobre un código común que sabe de raíces y destierros.

Y de corazones que se asoman sin lengua común, pero con el lenguaje de la amorosidad para intentar que el mundo no repita sus tragedias y abandone a sus víctimas como si la desaparición extinguiera la muerte.

Nadia Murad se reunió con el Papa Francisco antes de su muerte (AP)

Nadia Murad participó de una conversación pública, el 10 de junio pasado, en Madrid, España, invitada para el ciclo “Mujeres contra la impunidad” que es una iniciativa de La Casa Encendida de la Fundación Montemadrid y de la Asociación de Mujeres de Guatemala AMG a cargo de la jurista Adilia de las Mercedes.

El 16 de diciembre del 2015 contó su historia en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Dos años más tarde su relato quedó plasmado en el libro “Yo seré la última: Historia de mi cautiverio y mi lucha contra el Estado Islámico”.

El libro fue editado, en el 2017, por Plaza & Janés. El prólogo es de su abogada, Amal Clooney. El apellido no es casualidad. Es activista de derechos humanos y la esposa de George Clooney. Las dos se convirtieron en amigas y grandes luchadoras juntas.

Nadia Murad vive en Alemania. Se reunió con Winfried Kretschmann, un funcionario, junto a su abogada Amal Clooney, en Stuttgart (EFE)

Los premios de Nadia

Nadia Murad recibió el Premio Nobel de la Paz en 2018 por sus esfuerzos para terminar con la violencia sexual como arma de guerra. En ese momento tenía 25 años y fue la segunda ganadora más joven del Nobel de la paz, después de Malala Yousafzai, de Paquistán.

También fue galardonada con el premio Vaclav Havel de Derechos Humanos y el premio Sájarov a la Libertad de Conciencia. Fundó el Nadia’s Initiative para luchar contra la violencia sexual como arma de guerra.

Nació en Irak en 1993, y pertenece a la comunidad de yazidíes, una minoría religiosa de etnia kurda asentada en el norte de Irak. Ella fue secuestrada y utilizada como esclava sexual -igual que las mujeres jóvenes de su comunidad- en un ataque perpetrado el 15 de agosto del 2014 por el Estado Islámico que permaneció en el poder hasta el 2017.

Nadia Murad recibió el Premio Nobel de la Paz junto al médico Denis Mukwege de Congo y Nadia Murad de Irak durante la ceremonia de premiación en el Ayuntamiento de Oslo, el lunes 10 de diciembre de 2018. (Haakon Mosvold Larsen / NTB Scanpix vía AP, Pool)

Los llevaron hasta el colegio de Murad y ejecutaron a los varones, salvo a los que no tenían pelos en las axilas porque consideraban que si todavía eran chicos podían convertirlos en integrantes de su organización. A ella la raptaron y la llevaron como esclava de un líder de ISIS, en Mosul.

Sus seis hermanos fueron asesinados y su mamá también ya que por su edad la despreciaron porque no podían usarla como esclava sexual. También fueron asesinados primos y sobrinos. Igual que ella otras 6.500 niñas fueron raptadas como esclavas sexuales en Irak y Siria.

“Solo hemos podido identificar y enterrar a dos de mis hermanos. Eran seres humanos y se merecen ser identificados y enterrados”, conmovió con palabras que delatan una tragedia latente, una ausencia sin final, un escenario desvastado y sin interés en ser reconstruido.

Nadia Murad en conversación con Adilia de las Mercedes, de Mujeres de Guatemala (AMG), en La Casa Encendida, de Madrid, el 10 de junio

En el genocidio murieron más de 5.000 personas. “No hay que culpar a las supervivientes por lo que les pasó”, enfatizó. Nadia Murad se queja del tratamiento periodístico de las víctimas. En el campo de refugiados se confundían trabajadores humanitarios con periodistas y las personas contaban sus tragedias que se enmarcaban con clavos de amarillismo en el marco de lo que le pasaba a los otros y lo que dejaba de importar cuando llegaba otra noticia.

“Yo nací en un pueblo pequeño y nunca había conocido a un periodista, un abogado o una feminista”, explica. Por eso, relata su experiencia en el campo de refugiados con una visión crítica de la revictimización sistemática. No se refugia, se degrada.

“Se nos hacían preguntas muy personales una y otra vez y no sabíamos diferenciar entre trabajadoras sociales y periodistas”, objetó. Por eso, ella creó el Código Murad para el tratamiento ético de víctimas de violencia sexual junto al gobierno de Reino Unido.

La Premio Nobel de la Paz Nadia Murad e integrante del pueblo yazidi en el funeral de víctimas del Estado Islámico 2021. REUTERS/Thaier al-Sudani

“Hay que tratar a las sobrevivientes como seres humanos”, reclamó. Y valoró que hoy pueda ser utilizado: “Las ucranianas se imprimieron el código y pudieron decir que no a algunas preguntas”. Sin embargo, a contramano de su propia fortaleza y voluntad, el mundo se resigna con hacer cada vez menos.

“Cada vez hay menos apoyo para proyectos humanitarios”, reclamó. “Ser superviviente es una responsabilidad. Por eso hablo de las niñas a las que violaron, de las madres que no se pudieron despedir de sus hijos y de los chicos a los que les lavaron la cabeza”, enumeró.

En su reclamo se para en sus propios zapatos. Ella no es lo que quieren que sea, ni es solamente lo que le paso o lo que contó. Ella es una historia en la que decide no quedar raptada, sino seguir eligiendo sus recuerdos, sus elecciones y sus rasgos. “No soy solo una historia, no soy solo una víctima”, reconfirmó.

Nadia Murad, junto a su abogada, Amal Clooney, la esposa de George Clooney y pieza fundamental para la demanda de justicia en el genocidio en Irak

Adilia de las Mercedes le preguntó cómo le gustaría definirse. Ella eligió su sueño, el de un centro de estética. “Yo iba al colegio y me encantaba maquillarme y hacerme peinados hasta que nos atacó un grupo que el mundo no pudo parar”, señaló.

“Quería abrir un centro de estética en el pueblo porque cada vez que teníamos un matrimonio nos teníamos que ir a otro pueblo. No era por la belleza, sino porque me encantaba ese espacio de poder maquillar y peinar a las mujeres”, valoró.

Ella destacó que en Afganistán los talibanes prohibieron las peluquerías porque las mujeres se podían reunir. “No he tirado la toalla en cuánto a mi centro de estética. Voy a seguir trabajando en eso”, sonrío.

El Presidente francés Emmanuel Macron recibió a Nadia Murad en 2021. Grosby

“Ninguna familia tendría que pasar por lo que le paso a mi madre”, resaltó. Nadia es la hermana menor de once hermanos, perdió a seis de ellos que dejaron huérfanos a dieciocho sobrinos y solo pudo enterrar a dos.

Ella fue la última hija y la única que pudo estudiar de su familia, en un pueblo de 1.500 personas del cual no se podían ir por ser una minoría religiosa. Su madre, que no pudo estudiar, le enseñó una lección inolvidable: “Nadie tiene que sufrir por nuestra culpa”.

Ella pertenecía a una minoría religiosa. Ni su familia, ni su comunidad, podían moverse de la aldea, ni vender sus productos porque los catalogaban de “infieles”. “En agosto se cumplen once años del genocidio y solo once personas han sido juzgadas. Esa cifra no es, ni siquiera, el número de personas que han sido asesinadas en mi familia”, se lamentó.

Nadia Murad recorrió Sinjar, en Irak, junto a la actríz Angelina Jolie, el 1 de febrero del 2023. Nadia's Initiative/Handout via REUTERS

La niña que nació en el pueblo de Kojoi, en Sinjar, al norte de Irak y soñaba con ponerse un negocio para maquillar y peinar a sus vecinas ganó el Premio Nobel de la Paz. Pero no se olvidó de su deseo, que ejercía sin que fuese un negocio, porque no entraba en sus posibilidades seguir estudiando y porque entre los cortes y lavados, los secadores de pelos y las pestañas remarcadas, hay una condición indispensable: la de poder juntarse, la de tener espejos en dónde mirarse, la de tener una salón para conversaciones de mujeres.

De la granja a la casa y de la casa a la granja. La vida en el pueblo se resumía así. No se encontraban salvo en las bodas. Las celebraciones eran una excepción y una razón para juntarse. El centro de estética podía ser una fiesta permanente entre tirones de hilos y peinados que extendían el largo del cabello, entre tintes para distender el paso del tiempo y colores para resaltar los rasgos. Ese era su sueño y ese sigue siendo su sueño.

“La violencia también fue contra los varones y es más difícil hablarlo para ellos”, subrayó. Y recalcó: “No hay sanación sin justicia”. Uno de sus sobrinos, de 23 años, fue llevado a Siria y hace siete años que no hablan con él, no se sabe si está vivo o muerto o cooptado por ISIS.

Nadia Murad en otra reunión con el Papa Francisco junto con el activista de derechos humanos Abid Shamdeen en el Vaticano, el 20 de diciembre del 2018. Vatican Media/­Handout

La violencia no era azarosa, sino planificada. “Al principio no querían que las mujeres nos quedáramos embarazadas y nos daban píldoras para poder violar a más mujeres y no tener que quedarse. Pero, cuando se dieron cuenta que estaban perdiendo, empezaron a embarazar a las mujeres para dejar el legado en el cuerpo y tener herederos”, denunció.

“La comunidad internacional vio que ISIS iba a usar la violación como arma de guerra y no hizo nada”, señaló. “Son delitos de lesa humanidad. ¿Por qué estamos retrasando la justicia?”, se preguntó.

Y ratificó: “No hay voluntad política. Alguien lo está retrasando”. Sin embargo, apuntaló: “Pero eso no debe hacer que tiremos la toalla”. Nadia tiene 32 y vive en Alemania el país al que considera su segundo hogar, aunque resalta que se siente orgullosa de sus raíces.

Visitó España con una gran operativo de seguridad. Tiene que estar protegida por las amenazas. No puede hacerse selfies, pero sí se arrima a una gran foto grupal. Pero, como si fuese un tatuaje indeleble, es imposible escucharla y olvidarse, cuando en el mundo las redadas, las bombas, las hambrunas y los genocidios siguen y cuando las guerras tienen además de las armas un arma que se sigue ejerciendo contra las mujeres: la violencia sexual.

Nadia Murad fundó el Nadia’s Initiative para luchar contra la violencia sexual como arma de guerra

“Si somos feministas tenemos que luchar por las mujeres del mundo entero”, demandó. “Es distinto lo que pasa en Sudán y en Afganistán y hay que atender necesidades distintas como la necesidad del acceso al trabajo y al agua”, enmarcó.

Las feministas no pueden mirar para otro lado, sino mirar a las mujeres que más las necesitan. La religión tampoco puede ser una justificación para lo injustificable. “Ninguna religión puede defender atrocidades como la violación. Pero hay personas que usan la religión. Por eso, necesitamos líderes religiosos que paren estos movimientos”, demandó.

El escenario no es optimista, pero el optimismo es una posición que puede enseñar quién paso por una situación que no es equiparable ni a una guerra de película.

“Es importante escuchar a los unos y los otros y no estar solo con los que piensan como nosotros”, aconsejó. En ese sentido, profundizó: “Hay que juntarse con los que están en desacuerdo con nosotros.

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