“Yo no traicioné a nadie”: a 30 años de la captura de “El Gordo” Valor tras su espectacular fuga de la cárcel de Devoto

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Luis

“Apenas pisaba una cárcel ya estaba pensando cómo fugarme”, me confió Luis “El Gordo” Valor en una de las varias entrevistas y charlas que mantuvimos a lo largo de sus años de delincuente peso pesado, como líder de la Superbanda que en los años 80 y 90 asaltó 23 bancos y 18 camiones blindados con ametralladoras, fusiles FAL y escopetas Ithaca.

A causa de esta vida dedicada al delito pasó 33 años tras las rejas y recorrió infinidad de penales, entre ellos los de Caseros, Olmos, La Plata, Florencio Varela, Melchor Romero, Campana, Junín, Urdampilleta, Devoto… En este último protagonizó una de las fugas más trascendentes de la historia criminal argentina junto a otro muy temido de la Superbanda, Hugo “La Garza” Sosa, también conocido como “Cacho” o “El flaco”, apodos que hoy todavía prefiere porque según él mismo confiesa el primero se lo puso “la poli” y por eso no le gusta tanto. Esa vez, de la huida también formaron parte Emilio Nielsen, Dante Paulillo y Julio Pacheco.

Esta es la versión de lo que ocurrió ese mediodía del viernes 16 de septiembre de 1994 cuando lograron escapar según lo contó “La Garza”: “Yo lo invité a Valor a fugarse, no él a mí, en aquel escape que se hizo célebre, yo no tenía jefe, nunca lo tuve. Un vecino nos filmó. Nos pusimos unos delantales de médico y nos fuimos. Hice un trabajito de inteligencia y no existieron armas aunque dijeron que sí para intentar darnos más cana. Siempre cuento que empezó por un llamado del cielo. Una visita que derivó en embarazo y terminó en nacimiento, el de mi hijito Luciano que llegó el 25 de junio de ese año con síndrome de down. Necesitaba verlo y estar cerca de mi familia, por eso me las piqué. Saltamos de la cancha al hospital. Había cosido unos delantales en el calabozo, pasamos por tres puertas donde había guardias que nos saludaron como doctores. Lo único que me robé fue un estetoscopio. Después nos descolgamos por el muro. Abajo gente mía me estaba esperando. Decían que salimos armados, nada que ver. Las pistolas eran de madera. A los cuatro meses me agarraron por afanar un blindado en Carapachay. La yuta me tiraba de todos lados, perdí el conocimiento y cuando desperté estaba en el hospital”, recordó cómo lo terminaron deteniendo el 17 de enero de 1995.

“El Gordo” Valor, ya en libertad, desde su casa de Villa Rosa en Pilar, así lo contó durante el reportaje que mantuvimos: “Yo venía de montones de motines y huelgas, se me venía el juicio oral y era consciente de que me la iban a dar por la cabeza con una condena fuerte, pesada, de varios años. Estaba obligado a fugarme o fugarme, no me quedaba otra. Sabía que querían vengarse por cuestiones políticas, por mi pasado como montonero. Es que desde mis 19 años que empecé a robar, militaba en la JP Montoneros, en la resistencia. Antes era solo un ratero. Así permanecí un año, clandestino, y tuve llegada a casi todos los de arriba: Firmenich, Vaca Narvaja, Perdía, Galimberti, Dardo Cabo, Dante Gullo, los jóvenes del ala de izquierda. Afanaba coches para sobrevivir, porque me buscaban más por temas políticos que por ladrón. Y la orden que tenían era bajarme por montonero. Robaba para poder morfar. Es cierto que me habían invitado a fugarme, en total éramos cinco. Pero también es cierto que no fui ni soy desleal, después te lo aclaro y lo vas a entender. Fue bravo, tomamos el hospital, algunos nos pusimos guardapolvo de médico, otro el uniforme de un penitenciario. Subimos y nos descolgamos con sábanas desde el séptimo piso. Salté una pared de casi ocho metros esquivando algunos tiros, otros me dieron. Ya en la calle alguno que otro se rajó primero y otros quedamos en banda, pero esa es otra cuestión. A mí era al que más buscaron después en la isla del Tigre, donde vivía mi familia, pero yo a las horas ya estaba en Córdoba, Villa María, en Carlos Paz, saltaba de un lugar a otro. Hasta que volví a caer…”.

Para completar, vale agregar a la historia diferentes versiones y detalles según quien lo relate. Sosa afirmó que las armas que portaban eran de madera y Valor dijo que él llevaba una Halcón, metralleta o subfusil que utilizaba tanto la policía como las Fuerzas Armadas. Lo cierto es que los cinco que huyeron además estaban armados con pistolas 9 milímetros y a medida que se iban dispersando por la cárcel, encerraban a los guardias que aparecían, hasta llegar al muro de la calle Bermúdez. Una vez allí se fueron deslizando desde lo alto con sábanas anudadas que oficiaron de sogas. Ahí los agentes del servicio penitenciario empezaron a tirar sin piedad, pero era tarde. El escape fue inmortalizado en un video que filmaron los vecinos que advirtieron la maniobra.

Según la reconstrucción relatada por varios protagonistas, el primero en alcanzar la calle fue La Garza. Y mientras los disparos arreciaban de uno y otro lado, subió solo a un coche que lo estaba esperando y se fue. Los cuatro restantes se vieron obligados a correr para esquivar los tiros y salvar sus vidas. Hasta que a las dos cuadras le ganaron de mano a una mujer que iba a subir a un remise y desaparecieron cruzando la avenida General Paz hacia la provincia de Buenos Aires. Y ya en el partido de Tres de Febrero intercambiaron disparos con un patrullero que no pudo alcanzarlos.

A partir de allí quedó un rencor entre Valor y Sosa que El Gordo, treinta años después aún no perdona. “Quedamos en que nos íbamos todos juntos y alguien no cumplió”, dijo Luis, y agregó: “‘ya fue’, como dicen los jóvenes, pero para mí sí que ‘no fue’. Aunque prefiero no hablar de ese. Él sabrá los códigos que tiene, que visto lo que hizo con sus compañeros no son los míos que nunca traicioné ni dejé en banda a nadie, y menos a merced de la poli, ¿se entiende? “.

A los pocos días de huir de la cárcel de Devoto una banda cometió un robo a un camión de caudales en La Reja y en el enfrentamiento fallecieron dos delincuentes y un policía bonaerense. Valor terminó condenado a 20 años de prisión, pero siempre negó haber participado de ese hecho. Sostuvo que quisieron cargarle el asalto para tildarlo de asesino y “guardarlo” por un tiempo largo. “Fue una vendetta que me hicieron porque nunca maté, la plata con sangre no sirve. Tampoco robé a la gente, sí a los bancos y a los blindados que manejan la guita de los poderosos”, se justificó.

Como se detalló anteriormente, «La Garza» Sosa fue detenido cuatro meses después de la mítica fuga. “El Gordo” Valor tuvo un poco más de suerte y de tiempo, ya que logró permanecer prófugo, 244 días en libertad, saltando de un aguantadero a otro, al mejor estilo del narcotraficante colombiano Pablo Emilio Escobar Gaviria. Lo buscaron por cielo y tierra y hasta se ofreció una recompensa de 300 mil dólares por su cabeza. Hasta que el 18 de mayo de 1995 decenas de policías lo descubrieron en una covacha de General Rodríguez, en el oeste, con el pelo totalmente rapado y bastante menos “gordo” para despistar. Fue a parar una vez más a prisión y debió soportar otra condena, ésta vez a siete años por haberle disparado a quemarropa a los agentes del servicio penitenciario de la cárcel de Villa Devoto.

“La plata con sangre no sirve”, dijo

Hoy a los 71 años, Luis goza de la libertad que siempre le fue tan esquiva. Y sueña desde su casaquinta con que un actor de renombre lo inmortalice en una serie o una película como Toto Ferro lo hizo con Carlos Robledo Puch y Alfredo Alcón con el Pibe Cabeza. Cuando mira a su lado, solo le queda disfrutar de la compañía de “La Negra”, su mascota fiel. Y también de Nancy Colazo, su compañera desde hace 40 años que lo acompañó en los peores momentos. Como en 1987 cuando cayó presa tres meses en la cárcel de Ezeiza bajo la carátula de “Tenencia de armas de guerra”, cuando allanaron la casa que compartía con Luis, aunque después ambos fueron sobreseídos porque se comprobó que en el procedimiento policial se las habían “plantado”. El Gordo recuerda que ella en 1990 estuvo otra vez detenida dos días cuando visitaron Gualeguaychú. Y dos años más tarde volvió al penal de Ezeiza durante un par de semanas: “Me investigaban a mí y a ella que no tenía nada que ver la amenazaban, se lo hacían para que cantara, como se dice en la jerga, pero Nancy no es traidora”, explicó mientras sonreía cómplice.

—Valor, ¿Dónde está toda la plata que robó? Se repite que fueron millones de dólares, aproveché para preguntarle mientras dialogábamos en el patio de su quinta

La plata se voló, resumió sin inmutarse.

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