A 30 años de la muerte de Adolfo Pedernera: cerebro de “La Máquina” de River, ídolo en Colombia y un maestro para sus dirigidos

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Adolfo Pedernera con la camiseta de River Plate

Cuando el nombre es todo. Y no hace falta el apellido, el personaje logró la trascendencia. Eso ocurre en cualquier ámbito y el fútbol, por supuesto, no es ajeno. Muchos son los ejemplos que podemos citar, pero vamos a evocar a uno de los primeros que logró esa distinción: Adolfo Pedernera. Adherido a la más deslumbrante historia de la número cinco en nuestro país, fue un extraordinario jugador y, más tarde, un gran formador de jóvenes, en camino hacia el profesionalismo. Este 12 de mayo se están cumpliendo 30 años de su fallecimiento.

Adolfo. A quien también llamaron maestro, por su calidad dentro del campo de juego y la dedicación apasionada por la enseñanza, fuera de ella. Cuando ya los fulgores de las grandes tardes se habían archivado en el arcón de los recuerdos, el caminaba los pasillos del estadio Monumental, donde trabaja con los chicos de las inferiores, para regalar sabiduría a cada paso.

Había nacido en Avellaneda el 15 de noviembre de 1918 y desde pibe mostró el amor por la pelota, inculcado por su padre, que también fue futbolista, en los bohemios tiempos del amateurismo. Los colores de Racing fueron los primeros que se alojaron en su corazón. Solía ir a la cancha, donde vio en acción a verdaderas leyendas como Pedro Ochoa (inmortalizado en un tango de Gardel), o al arquero Botasso, apodado Cortina Metálica. Un día de 1932 fue al estadio de la Academia, como le gustaba recordar, y había tanta gente que no pudo sacar el sándwich del bolsillo, que se había llevado desde su casa. El equipo local fue derrotado por River 1-0 con un gol de quien era la sensación del momento: Bernabé Ferreyra.

Junto a Ángel Labruna

Poco tiempo después, ese mismo chico que había llorado la derrota en los tablones por culpa de River y de Bernabé, lucía la casaca de la banda roja y era compañero de El mortero de Rufino. Fue el 28 de julio de 1935, cuando con apenas 16 años, le llegó el momento del salto a la primera división. Sus condiciones llenaron prontamente los ojos de todos en River Plate y allí hizo su debut, en el empate en un tanto como local ante Ferro Carril Oeste. Esa tarde tuvo a su lado a otros grandes como José María Minella, Aristóbulo Deambrosi y Carlos Peucelle, quien, con su pase, que costó $10.000 en 1932, le dio al club para siempre el mote de Millonarios.

De aquella tarde guardaba muchas anécdotas. Pero sobre todo una era especial para él: “Me marcó Pechito Della Torre, a quien había admirado mucho tiempo cuando era defensor de Racing. En un momento, recibí una pelota, amagué el centro de zurda y él saltó. La enganché hacia atrás, mentí un centro con la derecha y él pasó de largo. La hinchada de River deliraba. Al terminar la jugada, me iba para el centro de la cancha y sentí que alguien me llamaba. Era Della Torre, que, con firmeza, me dio la primera lección que recibí en una cancha: ‘Eh, muchacho, venga. Es bueno que tenga habilidad y la demuestre, pero burlarse de los contrarios la va a traer más problemas que ventajas’. Me enseñó lo más importante que uno debe tener: respeto”.

Una postal de su época de futbolista

Un año más tarde, el 28 de junio del ’36, llegó su primer gol oficial. Fue a su manera, con un potente y colocado disparo que significó la victoria sobre Velez por 1-0. Por esa época, ya estaba en la primera de River otra leyenda de nuestro fútbol y que conformaría junto a Pedernera, la Máquina de la década siguiente: José Manuel Moreno. Ese año, Adolfo se dio el gusto de ganar su primer torneo con la banda roja. Hecho que repitió en la temporada siguiente, integrando un excelente ataque: Peucelle – Renato Cesarini – Bernabé Ferreyra – Moreno y él.

“Tuve la suerte de estar al lado de hombres auténticos, recordaba. Grandes de verdad, que me enseñaron que el gran secreto de un equipo es que todos sepan respetar la camiseta que defienden, al público que paga la entrada para vernos y al compañero que confía en nuestra solidaridad. En River era una religión entregar la pelota al pie y, si era posible, sobre la pierna y el perfil favorable de quien la recibía. No hacerlo así, era para nosotros, una falla grave. Un día Bernabé me dejó un tiro libre. Quise lucirme metiendo un chanfle y salió un tirito. Enseguida me recriminó: ‘Oiga pibe, le dejé la pelota para que haga algo en serio, no con balas de fogueo. La próxima vez, le apunta aquí, entre los ojos, al último de la barrera. ¿Entendió?’»

El 18 de febrero de 1940 hizo su debut en la Selección, marcando uno de los goles en la victoria 3-1 frente a Paraguay. Pese a su inmensa calidad, no tuvo en el cuadro nacional la continuidad que merecía, quizás por la gran cantidad de jugadores destacados que había en ese momento. Tampoco tuvo la suerte de disputar algún mundial, porque justo fue contemporáneo del ciclo (1938 – 1950) sin copas del mundo debido a la Segunda Guerra Mundial. En total convirtió 7 tantos en 21 encuentros oficiales.

El Maestro fue el cerebro de

El 21 de septiembre de 1941 floreció un hecho trascendente para la historia del fútbol argentino. Ante la lesión de Roberto D´Alessandro, Pedernera dejó de actuar por la izquierda y pasó al centro del ataque. Fue la presentación en sociedad de La Máquina, con un contundente 4-0 frente a Independiente en Avellaneda. Juan Carlos Muñoz – José Manuel Moreno – Adolfo Pedernera – Ángel Labruna y Aristóbulo Deambrosi le pusieron nombres y apellidos a una formación célebre, que alcanzaría el cenit con la aparición de Félix Loustau en la punta izquierda.

Los cinco eran importantes, cada uno con su característica. Pero Adolfo se desmarcaba del resto porque era el cerebro, el que manejaba cada maniobra de ataque, tan inspiradas como desconcertantes para los adversarios. Podía colocar un pelotazo de 30 metros o un pase milimétrico. Tenía la capacidad física para bajar y desde el centro del campo iniciar los avances y llegar con claridad para definir en el área rival. A esas virtudes le adosaba la increíble capacidad de manejar con tanta calidad cualquier de los dos perfiles y el don de simplificar el juego. Se ganó el seudónimo de El Napoleón del fútbol, por sus innegables dotes de estratega.

Sumó tres títulos más -1941, 1942 y 1945- hasta que el 17 de noviembre de 1946 disputó su último partido oficial con la banda roja sobre su pecho, en un empate en dos tantos frente a Huracán. El mundo del fútbol argentino se vio conmocionado a comienzos del ’47, cuando se supo que Adolfo era nuevo jugador de Atlanta, que lo contrató en una cifra millonaria. Anotó 4 goles en los 28 cotejos que disputó en una campaña muy floja, que derivó en el descenso del cuadro de Villa Crespo, perdiendo nada menos que frente a River, en la fecha final.

Tras el retiro, se dedicó a la dirección técnica. Incluso tuvo un paso por Boca Juniors

Tras un paso por Huracán en 1948, llegó el momento de hacer las valijas y partir hacia Colombia, donde se convertiría en un ídolo absoluto, referencia ineludible de una revolución futbolera en ese país. Junto a otros compatriotas como Alfredo Di Stéfano y Néstor Pipo Rossi, conformó un equipo de Millonarios de Bogotá que aún es recordado, por su calidad y que fue bautizado como El Ballet Azul.

En 1954 regresó al país. Huracán era el nuevo destino. Una derrota en Rosario frente a Newell´s fue el principio del fin. El presidente del club, le dijo que lo había visto un poco lento y que debía correr más. El colmo de la situación fue que ese directivo no había viajado a ver el cotejo. Para un hombre íntegro como Adolfo era demasiado y así lo rememoraba: “Llegué a mi casa y me encerré en el baño. Después de un rato, abrí en respuesta a los gritos de mi esposa. Tenía las manos rotas, ensangrentadas de tanto pegarles a los azulejos. El fútbol se había terminado para mí”.

Pero ese fuego no se iba a apagar nunca. Apenas se había clausurado una etapa. Ahora llegaba el tiempo del entrenador. En 1961 clasificó por primera vez a Colombia a un Mundial, dirigiéndolo en Chile ’62, con la recordada remontada frente a Unión Soviética, pasando del 1-4 al 4-4. Le imprimió su sello a Gimnasia, que en ese mismo ’62, hizo una de las mejores campañas de la historia, pudiendo ser campeón y perdiendo esa chance recién en la última fecha. Al año siguiente, estuvo a un paso de darle la primera Copa Libertadores a Boca, que cayó en la final frente al imbatible Santos de Pelé, pero se desquitó ganando el título local en 1964.

Mayo de 1995. El último adiós al Maestro Pedernera en River

En el ’69, fue llamado de urgencia, para dirigir a la Selección, que no encontraba el rumbo y debía afrontar las eliminatorias para México ’70. El desorden dirigencial era impactante y eso se reflejó en la cancha, con una dolorosa eliminación frente a Perú en la Bombonera. En el ’75 armó un inolvidable equipo de Talleres, que llegó hasta las finales del Nacional. Siempre con la premisa del buen juego. En el ’79, River Plate le abrió las puertas para que desarrollara otra de sus grandes pasiones, que era el trabajo formativo con los chicos.

Pero su tarea no quedaba allí. Siempre desandaba los pasillos del Monumental, con un consejo bajo el brazo. Como recordó Enzo Francescoli, evocando una situación ocurrida en 1984, cuando el entrenador Luis Cubilla lo ubicaba como volante derecho. El técnico fue despedido y allí asumió Adolfo en forma interina: “Era un sabio. Me agarró un día y sentenció: ‘Vos no jugás bien cuando querés, sino cuando podés y te dejan. Tenés todas las condiciones para engancharte en los últimos metros de la cancha, donde tenés que ser más desequilibrante de los que sos volanteando’”. El Maestro hizo un enroque entre el Príncipe y el Negro Enrique que actuaba de punta. Fue un acierto absoluto y parte del gran equipo de River que ganó por 10 puntos de ventaja el torneo 1985/86 con el Bambino Veira como DT.

Siguió repartiendo sabiduría hasta los últimos días. Disfrutó de los logros de su River en el primer lustro de la década del ’90, hasta que un 12 de mayo de hace 30 años, ese corazón tan futbolero y apasionado se detuvo. La pérdida fue dolorosa, pero el legado y sus enseñanzas, como la de todos los grandes de verdad, serán eternas.