Murió la “Bruja” Juan Ramón Verón, ídolo de Estudiantes de La Plata y emblema del equipo multicampeón de Osvaldo Zubeldía

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Juan Ramón Verón, La Bruja, ídolo de Estudiantes de La Plata y símbolo del equipo multicampeón de Osvaldo Zubeldía, murió este martes a los 81 años. La salud del ex atacante pincha se había deteriorado en los últimos días y ya llevaba un tiempo internado luego de sufrir un cuadro de deterioro progresivo y complicaciones renales.

“Si ve una Bruja montada en una escoba, ese es Verón, Verón que está de moda”. Los tablones de la vieja cancha de Estudiantes vibraban y parecían partirse ante el fervor desbordante de los hinchas. La candidez de los versos de aquellos años en las canchas de fútbol, barnizaba el canto, pero también llevaba implícito el agradecimiento a ese enorme jugador, parte fundamental del brillante equipo de Osvaldo Zubeldía que ganó todo, con sus goles y su velocidad. Desde siempre, instalado en el olimpo Pincharrata, ahora es el tiempo de la despedida. Del recuerdo de sus mejores momentos y del legado, con sangre roja y blanca, que continúa con su hijo Juan Sebastián.

La Bruja Verón. Con ese apodo singular, nacido en la leyenda que, con sus gambetas endiabladas, hechizaba a los adversarios que no podían descifrarlo. Aunque también por la forma de su nariz y el pelo largo que usaba en las inferiores, donde un compañero la bautizó así. Configuró la porción más talentosa y distinguida de un cuadro rocoso e hiper concentrado, como el Estudiantes de los años ’60. A esos muchachos, no les importaba demasiado practicar un fútbol lírico y de espectáculo. Por el contrario, estaban orgullosos de enarbolar la bandera de un estilo tan utilitario como efectivo, que llega a hasta nuestros días y es símbolo de Estudiantes.

La Bruja Verón en sus inicios en Estudiantes (Crédito Archivo General de la Nación)

Verón parecía no cuadrar en ese esquema. Ubicado casi siempre en la punta izquierda del ataque, con sutiles excepciones por el otro lado, de pronto se desentendía del partido, mientras sus compañeros luchaban a destajo para recuperar la pelota o hacían caer en posiciones adelantada a sus adversarios, con la perfecta mecanización de la ley del off side. Pero bastaba que lo localizaran, que le llegara la pelota medianamente domesticada, para que levantase un imaginario telón y diera inicio a su show. El repertorio incluía amagos, cambios de ritmo, gambetas y, por supuesto, el gol.

El genial Roberto Fontanarrosa, en una brillante reseña que hizo sobre los grandes equipos del fútbol argentino, puso la lupa en ese Estudiantes y en la Bruja Verón: “Donde estaba él, parecía terminar la táctica y comenzar la imaginación o el acaso. Tal vez menos táctico que los demás, quizás menos estratega, pero con una imagen algo menos intensa o atenta que compañeros como, por caso, Bilardo (siempre gritando, ordenando y gesticulando, envuelto en una leyenda negra de alfileres y otras maldades). Verón solía despertar, de pronto, para definir un partido imposible. De un arranque eléctrico y una gambeta rara y zigzagueante, podía, como los personajes de los dibujos animados, estirar la mano y traer de fuera de cuadro, una jugada espectacular y definitoria. Pero no para convertir el cuarto gol de una goleada fácil o para describir un gambeta canchera frente a marcadores que ya han perdido las ganas, la fe y hasta las ansias de vivir. Sino para hacer el gol de la victoria o empatar el partido que parecía inalcanzable”.

Una imagen clásica de la Bruja: gritando un gol (Crédito El Gráfico)

Juan Ramón Verón había nacido el 17 de marzo de 1944 en su querida ciudad de La Plata. Desde chico se vinculó con Estudiantes, haciendo las divisiones inferiores, hasta debutar en primera con apenas 18 años, el 12 de diciembre de 1962, con una derrota 4-0 frente a Boca Juniors en la Bombonera, que esa tarde se consagró campeón. Recién volvería a la máxima categoría en 1965. En el medio, integró un equipo que iba a ser recordado como “La tercera que mata”. Esa división de los Pinchas daba espectáculo, superando rivales y moldeando de a poco, lo que sería el equipo brillante que no dejaría título sin ganar.

El 18 de abril de 1965 es una fecha fundacional para Estudiantes de La Plata. Ese día comenzó el torneo de primera división. Fue derrota como local ante Rosario Central por 2-0, pero pocas veces un resultado importó tan poco. En aquella tarde se produjo el debut oficial de Osvaldo Zubeldía como entrenador, quien trazaría la línea divisoria más importante en la historia de la institución. Se iba a quedar en el cargo hasta 1971, llenando las vitrinas con un torneo local, tres Copas Libertadores, una Intercontinental y una Interamericana.

Carlos Bilardo y Juan Ramón Verón, dos símbolos de Estudiantes en la tapa de El Gráfico

Esa fue la jornada donde Juan Ramón Verón volvió a actuar en la máxima categoría, tras el ya lejano debut del ’62. En los meses de práctica, donde Zubeldía fue conociendo a los jugadores, enseguida se dio cuenta que ese muchacho alto, flaco y veloz, se podía convertir en una pieza clave del engranaje que venía soñando. Esa tarde también fueron titulares varios de los futbolistas que conformarían la inolvidable alineación de los tiempos por venir, como Oscar Malbernat, Raúl Madero, Eduardo Flores y Carlos Bilardo. En la segunda fecha, la Bruja convirtió sus primeros goles oficiales, en la derrota 3-2 frente a Banfield, iniciando un romance con la red, que recién concluiría con su retiro.

Pacientemente, Zubeldía fue encontrando el equipo. Terminó 6° en 1965 y 7° al año siguiente, como antesala de la gloria, que llegó en el Metropolitano del ’67. Allí, en la semifinal contra Platense en la cancha de Boca, se produjo una de las ucronías más grandes del fútbol argentino. Dos clubes que por primera vez estaban ante la posibilidad de disputar una final que podía cambiarles el rumbo de la historia. Los Calamares ganaban 3-1 apenas iniciando el segundo tiempo. A los 54 minutos llegó el gol clave de Verón de cabeza, para achicar la diferencia y agrandar a Estudiantes. Pese a tener un hombre menos, con los tantos de Bilardo y Madero de penal, se impuso por 4-3. ¿Qué hubiera pasado si no daban vuelta el resultado esa noche?

Con la Copa Intercontinental en sus manos (Crédito El Gráfico)

Luego la leyenda. El título de campeón pocos días más tarde ante Racing por 3-0 en el Viejo Gasómetro. Y por supuesto, un gol de la Bruja. Pero esa consagración, no solo le dio la primera estrella de la historia, sino que le permitió clasificarse para la Copa Libertadores. En esos tiempos, era un torneo duro, áspero, para jugar con los dientes apretados y no descuidar ningún detalle. Una competición a la medida de Estudiantes. Y de Verón también, para aprovechar la más mínima ventaja que pudiesen otorgar las defensas rivales.

En la edición’68 llegó hasta las semifinales sin problemas y con enorme autoridad. Racing, el campeón defensor, le ganó con autoridad el partido de ida por 2-0. Era muy difícil poder revertirlo. Pero para esos muchachos, no había imposibles. Fue una noche gloriosa en La Plata, con un legendario 3-0, con dos goles decisivos de Verón, en los últimos 15 minutos. Palmeiras esperaba en el match decisivo. En realidad, fueron tres finales y en todas, la Bruja se anotó en el marcador. Golazo maravilloso en La Plata para el 2-0, el único en la caída 1-3 en Brasil y el que aseguró la Copa, en el 2-0 del desempate en el estadio Centenario de Montevideo.

Los Verón. Padre e hijo unidos por los colores de Estudiantes de La Plata

¿La Bruja podía dar más, aún, en ese año? Por supuesto que sí. Y fue el antológico grito en Old Trafford, el 16 de octubre, frente al Manchester United, para gritar campeón del mundo, un sueño hecho realidad, que un par de años antes, solo podía estar en el terreno de las utopías.

Siguió haciendo goles, muchos e importantes, con su amada camiseta, para volver a levantar la Libertadores en el ’69 y ’70, y perder la final frente a Nacional de Montevideo en el ’71. El 18 de junio del ’72, cerró su primer ciclo en Estudiantes, para marcharse al desafío de jugar en el exterior. Fueron dos años y medio en el Panathinaikos de Grecia, donde también dejó su marca en las redes. A comienzos del ’75 fue la hora del regreso, tentado por su viejo amor y por el embarazo de su esposa. El director técnico de los Pinchas era un viejo compañero de las horas legendarias: Carlos Salvador Bilardo.

La Bruja Verón junto a un sonriente Bilardo, esta vez en su nuevo rol de entrenador del

Como si hubiese surgido de la pluma de un escritor inspirado o un fértil guionista de una serie, el 9 de marzo del ’75 se produjo una situación extraordinaria. La Bruja le convirtió un gol a Gimnasia, el clásico rival de todas las horas, el mismo día del nacimiento de su hijo, Juan Sebastián y así lo evocaba: “Estábamos concentrados en el country y mi mujer llamó el sábado por la noche, al único teléfono que teníamos, para avisar que estaba por tener familia. Le dijeron a Bilardo, pero pidió que no me despertaran. A la mañana siguiente vino y me dijo: ’Nació tu pibe, andante a verlo’. Fui hasta la clínica, me quedé un rato, vi que estaba todo bien, regresé y a la tarde le hice el gol a Gimnasia”. En el Nacional de ese año, fue parte fundamental de un equipazo, que le peleó el título al River de Ángel Labruna hasta la fecha final.

A partir del ’76 inició su periplo de cuatro temporadas por el fútbol colombiano, vistiendo las camisetas del Junior de Barranquilla y el Cúcuta Deportivo. A comienzos de 1980, a punto de cumplir 36, nuevamente fue el tiempo del regreso a Estudiantes. Pero ya nada quedaba de los resplandores del pasado. Ahora era un cuadro más humilde, proletario, de pelea en la mitad de tabla, con dos pibes de las inferiores que se destacaban: José Luis Brown y Patricio Hernández.

De cabeza a la gloria. El gol al Manchester United que valió un título intercontinental

En el ’81 pasó a jugar en el ascenso. Su ex compañero Oscar Malbernat, dirigía a Argentino de Quilmes y allí fue la Bruja con sus goles y experiencia. Disputó medio torneo y regresó a Estudiantes, para el cuarto ciclo, de apenas cuatro encuentros en el Nacional. Su último partido oficial con esa camiseta fue en la victoria 2-1 frente a Atlético Tucumán el 22 de noviembre.

La palabra retiro no estaba en su vocabulario. Siguió jugando en distintos lugares, hasta que debió poner el punto final, en 1985, cuando estaba actuando en Juventud Unida de Madariaga, de la Liga Platense, al sufrir una fractura. Soñaba con seguir un tiempo más, pero allí llegó la hora del adiós. En los años posteriores, dirigió a las inferiores de Estudiantes y luego hizo una experiencia en Guatemala. Regresó al país en 2000 y el entonces presidente de la institución, Julio Alegre, lo convocó para que se sumara, como imagen para las filiales del interior y los chicos de las inferiores.

Festejando junto a los hinchas de su amado Estudiantes

Estudiantes fue su vida. Cada día se lo podía ver en las instalaciones del Country, ayudando y aconsejando. Desde allí fue testigo del regreso triunfal de Sebastián, la Copa Libertadores de 2009, los títulos de las temporadas posteriores y la llegada de su hijo a la presidencia.

Se fue un grande del fútbol argentino. Integrante de un equipo que dejó su huella, indeleble, para todos los tiempos. Hay cosas que no pasan de moda. Como el cantito, que lo mencionaba en la escoba. Allí sobrevolará, por siempre, cada vez que juegue su amado Estudiantes de La Plata.