Hay una foto grabada en la retina. Y en un álbum en el placard. Es 2006, es Polonia, es Mila 18. Un montículo de pasto verde erigido sobre las cenizas de un búnker enterrado en lo que había sido esa dirección: calle Miła, número 18, Varsovia. Ahí intentaron resistir, al final del levantamiento del gueto, quienes integraban la Organización de Combate Judía (Żydowska Organizacja Bojowa, en polaco) conocida como ŻOB, junto a su comandante, Mordejái Anielewicz —o, castellanizado, Mordejai Anilevich—. Ahí muchos de ellos fueron asesinados.
El montículo se levantó en 1946 con los escombros de las casas cercanas —las ruinas a las que, en 1943, los soldados nazis habían reducido el gueto—, en homenaje a los combatientes muertos. Lo llamaron Montículo Anielewicz. En la cima, una piedra con una inscripción en polaco, hebreo e idish: “En este lugar, el 8 de mayo de 1943, el comandante del levantamiento del gueto de Varsovia, Mordechai Anielewicz, junto con su tropa ŻOB y varias docenas de combatientes de la resistencia judía, murieron como soldados en la lucha contra los ocupantes alemanes”.
En la foto hay una ronda tejida por un grupo numeroso de jóvenes de 18 años de diferentes partes del mundo, con diferentes lenguas. Es un acto por el aniversario del levantamiento del gueto, en el marco de un programa educativo para líderes comunitarios que incluía ese viaje hacia el corazón —o hacia las cenizas— de la historia. Al país donde se pisa, se ve, se escucha, se huele y se toca.
Cementerios. Sinagogas. Restos de pueblos. Las plazas y sitios donde los soldados nazis ordenaban a los judíos reunirse antes de ser deportados. Los trenes en los que se los llevaban a la muerte. Las vías. Auschwitz, Majdanek, Treblinka —los campos de concentración y exterminio—. El gueto de Varsovia, el mayor de todos los guetos levantados en Europa por el nazismo. Las alcantarillas en las que algunas personas se escondieron. Resistieron. Todo lo que un itinerario desbordado y casi sin respiro depara en este tipo de viajes —que incluía películas sobre la Shoá (el Holocausto judío) en los traslados en micro de un sitio a otro—.
En el acto, en la ronda, en la foto, en Mila 18, un sitio de la memoria emblemático aunque quizás no tan conocido a nivel mundial, se recordaba a quienes resistieron, a quienes lucharon. Se leía la última carta de Anilevich, como solía hacerse.
En ningún momento de ese viaje vasto de contenidos, en ningún apartado, en ningún rincón se habló de mujeres como Zivia Lubetkin, una de las fundadoras del ŻOB y lideresa de la resistencia judía. Así como fueron invisibilizadas en la mayoría de los ámbitos y tramos de la historia, en los conflictos armados, sus protagónicos también se difuminaron detrás del de sus compañeros varones.
La historia, a grandes rasgos, es más o menos conocida.
Entre el 19 de abril y el 16 de mayo de 1943, un ejército judío del gueto de Varsovia se enfrentó a las tropas alemanas para evitar la deportación masiva hacia los campos de exterminio donde sabían una muerte segura.
Desde la invasión alemana a Polonia, en 1939, los nazis comenzaron a despojar a los judíos de sus casas para reubicarlos en pequeñas zonas de las ciudades destinadas solo para ellos: los guetos. Unos tres millones de judíos polacos fueron reunidos en esta suerte de barrios donde vivían hacinados, carentes de alimento y todo tipo de recursos escenciales para la vida. Donde eran continuamente vigilados, apaleados, amenazados, asesinados si así lo querían los centinelas alemanes.
En el gueto de Varsovia, el mayor de todos, vivían —subsistían— casi 400.000 judíos: el 30% de la población de la ciudad concentrado en poco más del 2% de su superficie. Ahí comenzaron a morir de a miles por las enfermedades propias del hacinamiento, por el hambre.
A mediados de 1942, habiendo sido aprobada por las nazis un año antes la “solución final” —la decisión de trasladar a todos los judíos de Europa a campos de extermino para ser aniquilados— empezaron las deportaciones en el gueto de Varsovia.
La resistencia judía —formada principalmente por el ŻOB, la organización clandestina de lucha armada de izquierda, liderada por Anielewicz, y el ŻZW (sigla de Żydowski Związek Wojskowy, Unión Militar Judía, en español) la organización de lucha armada de derecha, liderada por Pawel Frenkel— comenzó a entrenar tropas. No incitaron a la lucha en un principio, ya que cuando comenzaron los primeros traslados creyeron en lo que los nazis les habían dicho: que los deportados serían llevados a campos de trabajo donde vivirían mejor.
Los rumores de lo que en verdad sucedía con quienes se subían a los trenes tardaron algunos meses en cruzar las fronteras metálicas del gueto. Para fines de ese año ya se habían colado entre los habitantes que quedaban. Costaba creer que fuera cierto. Costaba imaginar que, en realidad, las decenas de miles de personas deportadas habían sido conducidas a una muerte en masa.
Terminaba 1942 cuando supieron que pronto habría nuevas deportaciones. De los 400.000 que habían sido en el gueto solo quedaban unas 60.000 personas. Algunas de ellas decidieron luchar. Estaban determinadas: no se dejarían arrastrar a ese destino que parecía inexorable sin dar pelea.
Eran una minoría, unos setecientos hombres y mujeres organizados. Y sin embargo la resistencia armada era un hecho.
En enero de 1943, el jefe de las SS, Heinrich Himmler, ordenó que se reanudaran las deportaciones del gueto. Los combatientes de la resistencia lo supieron. No tenían muchas armas ni tecnologías de punta. Pistolas, revólveres, fusiles viejos, una ametralladora, explosivos artesanales y algunas granadas que había podido hacerles llegar la Armia Krajowa, el primer movimiento de resistencia polaca de la Segunda Guerra Mundial, era todo su arsenal.
Entre el 18 y el 21 de enero, ante la sorpresa de los alemanes, el gueto resistió. Las organizaciones ŻOB y ŻZW lograron expulsar a los soldados de las SS, que imaginaban que las deportaciones serían rápidas y sin incovenientes.
Antes de irse, en venganza de lo sucedido, el 21 de enero los alemanes masacraron a mil judíos en la plaza principal, pero suspendieron las nuevas deportaciones, abandonaron el gueto y se prepararon para el contraataque.
Con el fervor de la victoria, los combatientes de la resistencia se prepararon para una lucha mayor: un levantamiento a gran escala. Planificaron estrategias, cavaron cientos de búnkeres y túneles subterráneos, construyeron pasajes en los tejados, una red de comunicación por las alcantarillas. Y esperaron por los alemanes.
Los nazis buscaron refuerzos. Tanques, vehículos blindados, armas químicas, lanzallamas. La revancha sería definitiva y la resistencia judía lo sabía.
Era una noche de Pesaj (las pascuas judías), el 19 de abril de 1943, cuando los SS rodearon el gueto y avanzaron. Los combatientes les tiraron bombas molotov, granadas. Los soldados nazis comenzaron a incendiar casa por casa, cuadra a cuadra, para obligar a salir a quienes se escondían dentro. Destruyeron sótanos, volaron alcantarillas y asesinaron a cada judío que encontraron.
La lucha organizada duró cuatro días. La resistencia se extendió casi un mes.
Algunas de las personas que quedaban con vida se escondieron en los refugios. Muchas otras se suicidaron. Algunas mujeres detonaron granadas que escondían bajo su ropa al ser detenidas. En los sótanos de los edificios en ruinas se ovillaban sobrevivientes entre los cadáveres y las ratas.
El 8 de mayo los alemanes tomaron el cuartel general del ZOB y masacraron a todos. Mordechai Anielewicz se suicidó antes de que llegaran, como la mayoría de los líderes del combate. Otros —poquísimos, quizás no más de tres o cuatro—, lograron escapar.
Para dar por finalizada la revuelta los soldados nazis terminaron de incendiar el gueto y destruyeron la Gran Sinagoga, lo que representaba el fin de la vida judía en Varsovia.
El 16 de mayo, el general de las SS Juergen Stroop, al mando del aniquilamiento del gueto, declaró que la batalla había terminado y que habían capturado 56.065 judíos. Unos 13.000 habían muerto en el ataque alemán o asfixiados en sus propios búnkeres; los otros 40.000 fueron deportados a los campos de exterminio de Treblinka, Majdanek y a otros de trabajos forzados.
Donde funcionaba el gueto se desplegó el campo de concentración de Varsovia, que se utilizó para encerrar polacos y fusilar a quienes a los nazis se les antojara.
Aún así, durante el levantamiento, la resistencia polaca pudo liberar a 380 judíos de la cárcel que habían creado los alemanes dentro del gueto —situada en la calle Gęsia que luego fue rebautizada Anielewicz en homenaje al líder de la revuelta—. Muchos de los liberados se unieron a la Armia Krajowa, igual que los combatientes que lograron subsistir en las alcantarillas o escapar se sumaron a los grupos de resistencia escondidos en los bosques alrededor de Varsovia.
Zivia Lubetkin, fundadora y lideresa del ŻOB, fue una de ellos.
Quizás trascendieron ¿siete?, ¿diez?, ¿quince? Unos pocos nombres de mujeres que tuvieron roles activos en todas las iniciativas para luchar contra el nazismo. Fueron muchísimas más. Cuando se investiga sobre su papel en la resistencia no aparecen parvas de información —y aunque hubo un sin fin de formas de resistir a la Shoá, en este caso se alude a la lucha armada—. No porque no las hubiera sino porque aún tienen poco lugar en la narración de los hechos.
Pero sí hay un puñado de ellas a las que, poco a poco, se les hizo justicia. Sus historias comenzaron a aparecer en algunas muestras de museos del holocausto que dedican un fragmento específico a las mujeres que lucharon o en alguna muestra completa en su honor. Esto, mayormente, en años recientes. Impulsada esta reivindicación por la conquista de la escena pública de los feminismos en todo el mundo, que sacudió e impactó en todo los ámbitos. En todos los acontecimientos.
Zivia Lubetkin, quien plantó cara y cuerpo ante el avance del genocidio, también lideró el levantamiento del gueto de Varsovia —entre otras acciones de resistencia al nazismo— y vivió para contarlo. Fue una de ellas.
Conocida también como Celina, Zivia nació en Polonia, en la ciudad de Byteń, cerca de lo que hoy es Bielorrusia. En su adolescencia se sumó al movimiento juvenil sionista Dror, y en 1938 se convirtió en miembro de su consejo ejecutivo. Cuando a Alemania ya se le había añadido el adjetivo nazi y la Unión Soviética invadió Polonia, en 1939, se lanzó a un viaje riesgoso desde la parte ocupada por los soviéticos hasta Varsovia para unirse al movimiento clandestino de lucha contra el nazismo.
En 1942, Lubetkin cofundó el Bloque Antifascista Sionista de Izquierdas, que sería la primera organización de resistencia contra las fuerzas alemanas en el gueto de Varsovia. Y luego cofundó el ŻOB, grupo en el que fue la única mujer en un puesto de mando.
Durante sus años de activismo clandestino, su nombre, Zivia, pasó a ser la palabra clave para “Polonia” en las cartas que enviaban diferentes grupos de la resistencia.
Fue una de las 34 combatientes que sobrevivieron a la guerra.
Cuando el levantamiento del gueto de Varsovia se acercaba a su fin, condujo al grupo que había sobrevivido y estaba a su cargo a través de las alcantarillas de la ciudad. Después siguió activamente en la resistencia.
En 1944 participó en el levantamiento de los habitantes de Varsovia y peleó en las unidades de la Armia Krajowa. Aunque la mayoría de sus integrantes serían asesinados en manos de los alemanes, Lubetkin logró sobrevivir con otros combatientes refugiándose en un hospital.
Cuando la Segunda Guerra Mundial terminó, se involucró activamente en la comunidad de sobrevivientes del holocausto en Europa. Fue parte de la creación de Brijá, una organización que ayudó a los judíos de Europa del Este y del centro a cruzar las fronteras, por canales de inmigración ilegal, para llegar a Israel, que entonces era gobernado por el Mandato Británico. Ella también emigró allí en 1946. Se casó con Yitzjak Zuckerman, también comandante de la ŻOB, y junto con otros combatientes del gueto de Varsovia y partisanos sobrevivientes fundaron el Kibbutz Lohamei HaGuetaot y el Museo de la Casa de los Combatientes del Gueto.
En 1961 testificó en el juicio contra Adolf Eichmann. En 1968 vino a la Argentina y fue la oradora principal del acto en conmemoración del levantamiento del gueto de Varsovia que se realizó el 25 de abril en el Luna Park. Allí, dijo: “Sabíamos que nuestra lucha no era para salvar nuestras vidas, ya que la resistencia judía no podía luchar e imponerse sobre las fuezas alemanas, quedar con vida y salvar a los judíos combatientes. Fue una lucha por el honor del pueblo y del hombre; y para combatir por un pueblo hay que hacerse junto a él, donde este se encuentre. El pueblo se encontraba en los guetos, por eso elegimos luchar entre las ruinas y las casas humeantes de los judíos”.