Erri De Luca: “Sigo escribiendo porque así me hago compañía”

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Erri De Luca (Nápoles, 1950) es este señor canoso, flaco y sonriente que espera en la puerta de su hotel, tempranísimo en una soleada mañana de otoño en Buenos Aires. Saluda en español e invita a pasar.

Por cierto, es uno de los grandes escritores italianos, y uno de los autores más singulares de su generación. Obrero y militante de izquierda en su juventud, su formación autodidacta determinó una obra literaria de alto vuelo, de prosa sobria y lirismo contenido, pero aún así emocionante. Aunque lleva décadas sin vivir en Nápoles, su escritura mantiene un vínculo profundo con su ciudad natal, esa metrópoli caótica, contradictoria y visceral que en Argentina inevitablemente está siempre relacionada con Diego Maradona.

“Maradona es un santo”, comenta sin perder la sonrisa. “Aunque ahora también está el Papa Francisco”, agrega a tono con la actualidad. “Pero Francisco es un aspirante a santo”, remata.

De Nápoles y de la vida con y sin la ciudad se nutre su libro titulado con un término creado por él mismo: Napátrida (Editorial Periférica), un neologismo que sintetiza su pertenencia a un lugar del que partió hace rato en la vida. En napolitano, soy un apátrida; pero de Nápoles… Apátrida como si fuera la ciudad una patria», dice.

Y de su pasión por el montañismo, surgieron el libro y el documental L’età sperimentale (La edad experimental), un viaje introspectivo que entrelaza filosofía y naturaleza, en la vejez es justamente esa edad “experimental”. “Escalé el Chimborazo, en los Andes ecuatorianos”, informa orgulloso cuando se le pregunta por recientes aventuras.

Por iniciativa del Instituto Italiano de Cultura, este hombre con cara de bueno y una sólida obra literaria nutrida de una vida de trabajo, militancia y aventuras, se presenta en la Feria del Libro este domingo a partir de las 17.30 hs. en la Sala Victoria Ocampo del Pabellón Blanco de la Rural. Antes, dialogó con Infobae Cultura sobre Nápoles, Giorgia Meloni y el fascismo decolorado, la obsolescencia de la palabra revolución, los tambores de guerra en Europa y el oficio de escribir.

“He estado en muchos países, incluso de América Latina, pero aquí en Buenos Aires es como si me encontrara en una ciudad italiana donde se habla español”, define al comienzo de la charla.

—Si hablamos de Nápoles en Argentina, es inevitable hablar de Maradona. Supongo usted lo sabrá.

—Maradona fue adoptado por los napolitanos. Venía de una mala experiencia en España y se encontró bien jugando con los napolitanos: no solo para los napolitanos, sino jugando con los napolitanos, haciendo sus gambetas en la calle o en el estadio. Era lo que nosotros llamamos un scugnizzo. Scugnizzo es el nombre de un niño napolitano muy pobre que vive en la calle. Entonces, que este scugnizzo tan hábil haya sido capaz de hacer que el Napoli ganase su primer campeonato italiano de la historia… Bueno, de alguna manera, fue tocar el cielo con las manos. Como cuenta un relato que en un muro del cementerio de Nápoles, después de aquella victoria, estaba escrito, dirigido a los difuntos: “¿Ven lo que se han perdido?”.

Diego Armando Maradona durante su presentación como nuevo jugador de Nápoli, el 5 de julio de 1984 (Foto: EFE/EPA/ANSA /ARCHIVO

—De Alberto Sordi a Elena Ferrante y Paolo Sorrentino, Nápoles es protagonista de toda una producción cultural a lo largo de décadas ¿Por qué cree que pasa eso?

—Nápoles, como algunas otras ciudades del mundo, es legendaria. Y legendaria, para mí, significa una combinación de lo magnífico y lo terrible. Eso es lo que hace a una ciudad legendaria. Creo que Buenos Aires también es legendaria, como Praga, como San Petersburgo. Pocas ciudades, no muchas, son legendarias, y lo son porque la literatura también las hizo legendarias. Nápoles, por acumulación, atesora leyendas. Así es. Es un lugar que, cuando alguien lo menciona, o sonríes, o te asustas. Algunos grandes escritores la han convertido legendaria. Sin embargo, Nápoles no tiene un gran escritor.

—Bueno, usted es escritor.

—Yo soy uno de los tantos escritores de Nápoles. En realidad digo que soy uno de los efectos de Nápoles. Quiero decir, Nápoles fue la causa, y yo soy un efecto.

—¿Este libro sobre su relación con Nápoles es lo más cercano que vamos a encontrar a una autobiografía suya?

—Escribo historias que conozco, que me han sucedido a mí o cerca de mí, así que siempre son de inspiración autobiográfica. Algunas veces realizo una especie de inspiración autobiográfica que es una mejora, es decir: escribo, por ejemplo, la vida de una persona que sabe hacer cosas que yo no sé hacer. Pero siempre soy yo imaginando.

—¿Y los napolitanos detestan, en cierto modo, a quienes abandonan la ciudad?

—Nápoles, debido a las emigraciones, ha sido vaciada. Hubo una hemorragia de napolitanos. Yo formo parte de esa hemorragia. Pero hay napolitanos que se fueron por necesidad, por obligación, por emigración. Y yo me fui por deserción, como un desertor. Soy un desertor. Eso no se perdona.

—¿Por qué?

—Porque no se reconocen la necesidad de irse, y entonces es como si se hubiera abandonado un puesto de combate. Cuando sales de Nápoles, necesitas comprobar algo. Trabajé como obrero en Turín, en la fábrica Fiat, y al lado de la puerta de entrada, había un cartel donde se leía: “No se alquila… a napolitanos”.

Es un sentimiento de pertenencia. Yo no vivo en Nápoles, pero vengo de Nápoles. Entonces, digo: “soy de Nápoles”. Eso quiere decir que mi educación sentimental es napolitana. Cuando digo educación sentimental, me refiero a cómo se formaron en mí los sentimientos de compasión, de ira, de vergüenza. Todos se formaron en mi infancia y adolescencia, sobre cosas napolitanas. Y además, hablo napolitano. El napolitano es mi lengua materna. Conmigo mismo hablo napolitano, que es algo problemático. Un trastorno de comportamiento. Pero, como vivo solo, a veces necesito escuchar una voz, entonces escucho la mía, y es napolitana. En resumen, me separé de Nápoles como se saca un diente de una mandíbula, pero el diente, con sus raíces ya no se coloca en ninguna otra mandíbula o maxilar. Soy un napolitano y soy extraño en todas partes, incluso donde vivo.

La primera ministra italiana Giorgia Meloni fotografiada en Roma, Italia, el 29 de abril de 2025 (Foto: REUTERS/Remo Casilli)

—¿Está cansado que le hagan preguntas políticas, sociales, antes que hablar de literatura?

—No, pero en literatura yo tengo algunas convicciones. En política tengo impresiones, por lo tanto, no son importantes. Sin embargo, respondo aunque me interesa menos.

—Podría contarnos desde su impresión, entonces ¿Quién es esta señora que gobierna Italia?

—Cuando cayó el fascismo en 1945, Italia estaba llena de camisas negras. Todo el mundo llevaba camisas negras para salir. Pero cayó el fascismo, entonces ya no se podían usar las camisas negras. ¿Qué hacer entonces? ¿Tirarlas? No, conservar la tela. Y entonces con lejía las hacían grises, era una decoloración del negro. Así es que ahora en Italia tenemos un gobierno decolorado, gris, donde ese fascismo que forma parte de su educación política ha sido decolorado.

—Menciona el término y, además, está bastante en boga por la realidad política del mundo ¿Cabe hablar de fascismo hoy en día?

—No lo creo. Pero porque yo tengo un concepto antiguo. El fascismo es esa organización de bandas armadas protegidas por el Estado, que permitió la toma del poder con la marcha sobre Roma, que podía haber sido detenida en cualquier momento por el ejército, pero el rey la favoreció. El fascismo nació primero como bandas armadas y luego como dictadura oficial. Así que si no están las bandas armadas, yo no puedo reconocer el fascismo. Puedo reconocer que las personas que tenían ese ideal luego se transformaron en otra cosa, en una forma de autoritarismo, pero sin ese rasgo letal que eran las bandas armadas fascistas. Reitero, yo tengo esta definición original, primaria. Sin embargo, si alguien quiere llamar fascismo a lo de ahora… Admito que es posible, en fin, que alguien más joven pueda llamarlo fascismo.

Simpatizantes del partido alemán de ultraderecha Alternativa por Alemania, AfD, en un acto de campaña para las elecciones estatales de agosto de 2024. (Foto: AP/Markus Schreiber, Archivo)

—En otra entrevista habló del término “revolución” en tiempo pasado ¿Tampoco cabe en el siglo XXI?

—No con esa palabra. Es la palabra clave del siglo XX. Y con esta palabra clave fueron liberados los pueblos que estaban bajo dominaciones coloniales. Cayeron los gobiernos, las tiranías, las monarquías. Comenzó con China, Rusia, luego con Europa. Cuando era joven había luchas armadas revolucionarias en todo el mundo y nosotros éramos compañeros de todas esas luchas: desde Vietnam hasta Chile, Argentina. Conocí revolucionarios argentinos, de Montoneros, del ERP… Venían a Italia porque era el lugar donde existía el partido comunista más grande de Occidente, también la izquierda revolucionaria más fuerte de Occidente. Entonces, sí, el siglo XX fue esa fórmula. Hoy ya no. La palabra revolución no podemos aplicarla a nada de lo que sucede a nuestro alrededor. Hay guerras, ciertamente continúan, pero la palabra revolución se agotó en el siglo XX. Luego, por supuesto, uno puede también decir usarla para referirse a la revolución cultural, la revolución en el arte. Sí, está bien, pero yo no puedo. Para mí es una palabra política.

—Ya que lo menciona, hay otro concepto en boga en la discusión política y es “batalla cultural” ¿Eso existe, cree usted?

—Los políticos necesitan usar un vocabulario exagerado, propagandístico para sus discusiones. Pero es un abuso del vocabulario.

—Por último: desde la invasión rusa a Ucrania y muy fuertemente este año con la propuesta de aumentar presupuestos para defensa, se ha vuelto a hablar en Europa de la palabra “guerra” ¿Así lo vive usted como ciudadano?

—Sí, porque hubo una invasión de una nación europea, y Europa reaccionó inmediatamente acogiendo a millones de refugiados de un día para otro y después apoyando todo el esfuerzo bélico de la defensa de Ucrania. Personalmente, junto con un amigo jubilado, al estallar la guerra compramos una furgoneta usada y comenzamos a hacer viajes a Ucrania llevando cosas que nos pedían en orfanatos, lugares de acogida de refugiados internos, hospitales. Hemos hecho muchos viajes, y estamos por hacer otro ahora cuando vuelva a Roma.

Hubo un sentimiento de Europa que, en lugar de dividirse, se unió un poco más frente a este acontecimiento de guerra. Por lo tanto, para nosotros es un tema cotidiano, aunque no estamos en una economía de guerra. En una economía de guerra habría alta inflación, falta de bienes de primera necesidad. No estamos en esa situación.

—Mencionó a las personas que se van de su país para huir de la guerra. Pero hay otra clase de migrantes, los que llegan desde África por ejemplo, en busca de trabajo… ¿Usted cree que para ellos hay otro tratamiento?

—En Europa, antes de la conformación de la Unión y antes de la guerra por supuesto, teníamos europeos que venían… Cuando Polonia o Rumanía aún no estaban dentro de Europa, venían a trabajar a Italia. Teníamos el mismo problema de rechazo. No se trataba de color de piel, se trataba de pobreza. Ahora la guerra justifica la recepción. Ahora Europa intenta (siempre ha intentado) rechazar la inmigración, pero tiene leyes que permiten una solicitud de asilo. No puede rechazar o, cuando lo hace, es abusivo e ilegal. Italia ha hecho tantos rechazos ilegales… Esa respuesta de racismo ya estaba con los europeos de antes, como estaba hacia los napolitanos o hacia todas las migraciones económicas. Siempre está.

—Última pregunta, ¿por qué sigue escribiendo?

—Porque me gusta contarme historias a mí mismo. Escribo una historia en el cuaderno. Mientras la escribo, un poco ya la sé, pero otro poco la historia se mueve y surge su desarrollo. Es como si me la estuviera contando a mí. Entonces, no es que escribo para mí mismo, pero eso es la primera versión. Luego está la segunda. Si escribo la segunda versión, copio la primera. Entonces ahí estoy escribiendo para vos. Y después hago una tercera versión, y esa la estoy escribiendo otra vez para mí, para decir que mejor que eso no sé escribirla, para estar satisfecho, para no sentirme responsable de haberme apresurado o de haber vendido algo que ya no me gustaba. Así que sí, antes que nada escribo. Sigo escribiendo para mí porque me hago compañía. Me aparece una historia bellísima, y es una fiesta durante un rato, hasta que dura el tiempo que la estoy escribiendo.

[Fotos: Sebastián Freire]

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